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Acercándose a la batuta

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Se apagan las luces. La orquesta entra y se coloca. Aplausos. Se hace el silencio. Entra un último integrante, sin instrumento. La orquesta se pone en pie y, de nuevo, aplausos. Saluda y se sube a la tarima. Abre su partitura y coge su “palito”. Los músicos, muy atentos, no le quitan los ojos de encima. Alza las manos y tras dos sencillos gestos, empieza la música. Mueve los brazos durante la hora y media de concierto. Una vez acabado el espectáculo, la orquesta se levanta y saluda. Nuestro particular músico saluda también, a parte, igual que hizo su entrada. Tras una última oleada de aplausos, todos se retiran. Espera, y… ¿ya está? ¿Sólo es eso? ¿Mover los brazos un rato? ¡Para eso vale cualquiera! Efectivamente, para “aletear” frente a una agrupación no hace falta mucho, de hecho si el grupo es bueno, probablemente actúen solos, independientemente de lo que uno haga. Por eso ser director, digo más, ser un buen director es mucho, mucho más que eso; y eso es lo que os vengo a intentar explicar hoy.

Como músico profesional y aficionado a la dirección, os podría decir que quizá, este último, sea uno de los mayores icebergs dentro del mundo de la música. Estar al frente de una agrupación conlleva mucho más trabajo que mover los brazos encima de un escenario, que por desgracia, es el 10% que se ve. El otro 90% suele ir ligado a otros aspectos que poco o nada tienen que ver con la batuta: selección del repertorio y previsión de los posibles problemas tanto logísticos como musicales ligados este, organización de la plantilla, planificación de ensayos, estudio de las partituras, ensayo con los músicos, bien sea en seccionales o con la agrupación entera… y por último, el concierto. Y probablemente me deje otras cosas en el tintero, como ejercer también de relaciones públicas de cuando en cuando para buscar actuaciones. Supongamos pues que queremos organizar un concierto. Uno sólo, aislado, ya no digo una temporada completa. Así que por un día, ¡vamos a ser todos directores, al menos en el aspecto organizativo! Acompañadme haciendo un recorrido por el proceso, os prometo que será interesante.

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Conseguir un concierto

Aunque la música ha ido adquiriendo cada vez más peso en nuestra sociedad, organizar un concierto no consiste simplemente en “quiero tocar mañana aquí”. La agrupación en cuestión, ya sea orquesta o banda, tiene que presentar un proyecto atractivo para la entidad contratante. Normalmente suele haber una junta directiva que se encarga de todo el proceso administrativo, pero la idea musical de dicho proyecto suele partir del director.

Preparar el repertorio

Bien. Ya hemos conseguido el visto bueno para nuestro concierto, y ahora, ¿qué tocamos? Pues dependerá del acto. Hay veces que el repertorio viene dado por el acontecimiento al que vayamos a poner música, por ejemplo, la ofrenda floral a Jovellanos. Si no es así… ¡nos toca escoger! Un buen repertorio no consiste necesariamente en obras virtuosísticas de una dificultad ingente y un tiempo de ejecución desmesuradamente largo. No nos podemos olvidar que tocamos para un público que espera ir a un concierto a escuchar algo que le guste. Ahora bien, ni todos los conciertos ni todos los públicos son iguales. No es lo mismo un evento más formal en un auditorio lleno hasta la bandera que un concierto de verano, al aire libre, con un carácter más social y menos rígido. De esta manera, el repertorio para ambos no será el mismo y habrá que escoger obras que se adecúen al entorno y público que vayamos a tener.

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Repertorio

Como ya hemos dicho, tocamos para el público, de modo que hay que escoger un repertorio que guste pero, ¿y qué hay de los músicos? ¿No cuentan también a la hora de elegir? ¿No habrá que tocar algo que también les guste a ellos? Por supuesto, por eso se intenta abarcar un repertorio que aporte a ambos bandos. Entretenido y excitante para los oyentes e interesante y demandante para los músicos (porque sí, a nosotros también nos gusta ponernos retos). Para acabar el concierto con el pensamiento de “Qué gran experiencia. Yo quiero repetir.”

 

Plantilla

Ya tenemos el repertorio perfecto. ¿Cuántos instrumentos nos hacen falta para tocar ahora? Normalmente la plantilla viene especificada por el compositor al principio de la obra. Pero a veces nos encontramos “problemáticas” curiosas. Fijémonos por ejemplo en la orquestación que requiere la 2ª Sinfonía de Mahler. Percusión, viento madera y viento metal viene designados con un número concreto de componentes, sin embargo, respecto a la sección de cuerda Mahler dice “el mayor número de componentes posible”. Y eso, ¿cuánto es exactamente?. Bien, ahí entra en juego la formación del director, pues es su trabajo conocer el contexto histórico-musical de la obra, así como los aspectos físico-técnicos de los instrumentos, tanto de entonces como de hoy en día, para discernir el número necesario de violines, violas, violoncellos y contrabajos para que “la mayor sección de cuerda posible” esté en un correcto balance con el resto de componentes. Eso suponiendo que tuviéramos toda la plantilla contratada. Si no, toca comenzar a llamar a refuerzos y planificar, quién, de dónde los sacamos, qué papel se les va a asignar y a cuántos ensayos es indispensable que acudan.

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Estudio y ensayos

Una vez que ya tenemos el repertorio y la plantilla, ahora toca estudiar, porque sí, el director también estudia, ¡y mucho! Hay muchos compases que marcar, muchas entradas que dar y matices que indicar, y no precisamente a un sólo instrumento… ¡Vaya cabeza! Pero me estoy adelantando. Antes hay que encuadrar la obra en su correcto marco histórico y estilístico, Y diréis “¿hay que estudiar historia para interpretar una obra?”. Pues sí, porque la música no deja de querer reflejar un sentimiento, estado de ánimo, historia, etc. Y para esto los directores han de realizar una labor de investigación previa muy grande, cuanto más profunda mejor. Conocer la vida de su autor, las circunstancias personales y profesionales que le llevaron a componer esa obra, qué quería comunicar con ella, el estilo de ésta, tanto las características compositivas propias de la época como las particulares del compositor, las circunstancias y acontecimientos socio-políticos que acompañaron aquel momento… en fin, un montón de cosas. Una vez hecho esto, ahora sí toca aprenderse la obra, diría que si no de memoria, al 98%. Y cuando ya estamos seguros de ella, toca cambiarse de zapatos y analizarla desde el punto de vista del músico para intentar prever dónde surgirán los problemas y sus posibles soluciones.

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Prueba de sonido

¡Ya no queda nada para el concierto! Tras los ensayos en el espacio habitual, quedan dos opciones: si tenemos la suerte de haber hecho todo el trabajo en el mismo sitio en el que vamos a tocar, fabuloso, la prueba de sonido rondará los escasos 20 min. No siempre es el caso, la otra opción es menos apetecible: llegar a una sala nueva, con una acústica, disposición y espacios distintos. Entonces nos tocará ir un día previo al concierto a reconocer dicha sala… a ver qué ventajas e inconvenientes nos ofrece.

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Concierto

¡Ahora sí! Hemos terminado. Todo el trabajo está hecho y las obras salen maravillosamente bien. Ya sólo queda disfrutar del momento y sumergirse en la música. Y sí, el director, aunque concentrado durante el concierto y cansado después del último compás, también lo disfruta. Quizá el que más. Como ya hemos visto antes, hay muchísimo estudio detrás de cada obra. Y algunas de ellas, quizá después de años de trabajo e investigación sobre ellas, solo tengamos la oportunidad de dirigirlas una vez en la vida. Imaginad todo el interés y entusiasmo que se puede poner para una oportunidad así… por no hablar de la euforia previa al concierto y el físico pero ante todo mental de después.

Sí, ya lo sé, a estas alturas estaréis pensando “no sabía que había tanto trabajo detrás del papel del director, pero y eso, ¿no lo pueden hacer los músicos solos?”. Imaginaos salir a caminar acompañados de una persona. Adaptar el paso es bien fácil. Si son 5 habrá distintos pasos. Si somos 17 no solo habrá distintos pasos, sino también distintos criterios de qué velocidad es la mejor para caminar. Si somos 32 habrá también diferentes rutas que unos sepan seguir mejor que otros. Si somos 92 ya… Bien, pues un concierto es lo mismo. Supongamos que está todo organizado, el repertorio unánimemente decidido y la plantilla al completo. Llegamos a las obras y hay que tocar fuerte. ¿Cuánto de fuerte? Ni idea. Ahora hay que ir despacio. ¿Cómo de despacio? No sé, a mí me viene bien así, pero tú lo quieres más despacio y aquel tan lento no llega. Y aquí hay dos melodías, ¿quién tiene que sonar más, violines o fagotes?… Las respuestas a todas esas y más preguntas, así como la decisión final la tiene el director. Es decir, su función en la agrupación como músico es, principalmente, unificar criterios. Tenemos que caminar todos a la vez, al mismo paso y por el mismo camino.

Dicho todo esto, a mí me gusta verlo siempre como una suma. Si el director da su 100% y los músicos dan su 100%, el público recibe el 200%. ¡Y hay pocas actividades que den tal margen de beneficio!

 

Autor: Gabriel Alfredo O’Shea Llana

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